Socializar en la era de los grupos de Whatsapp
Damos por sentados los grupos de Whatsapp, salvo tal vez si alguno se pone intenso. Sin embargo, son un espacio central de nuestra vida social y la transformaron por completo. Nacidos en 2011, hace...
Damos por sentados los grupos de Whatsapp, salvo tal vez si alguno se pone intenso. Sin embargo, son un espacio central de nuestra vida social y la transformaron por completo. Nacidos en 2011, hace ya 14 años, son un ejemplo perfecto de cómo las personas moldeamos la tecnología para incluirla en nuestra vida, a la vez que la tecnología nos moldea a nosotros.
La investigación sobre cómo funcionan estos grupos, sin embargo, es escasa. Los contenidos que intercambiamos en WhatsApp son más privados que los que aparecen en redes sociales, y por lo tanto menos accesibles para los investigadores. A la vez, son una mina de oro para entender la sociabilidad actual: se trata de espacios donde podemos expresarnos sin mucha intromisión. En palabras de la investigadora Eugenia Mitchelstein, “son el último refugio no algorítmico”. Uno de los pocos lugares donde intercambiamos mensajes sin que una empresa tecnológica cure, priorice o administre el contenido que vemos.
Nacidos en 2011, hace ya 14 años, son un ejemplo perfecto de cómo las personas moldeamos la tecnología para incluirla en nuestra vida, a la vez que la tecnología nos moldea a nosotros
Con los grupos de WhatsApp inventamos rutinas que antes no existían. Surgieron por ejemplo los grupos de madres de la escuela, que conviven con muchos otros asociados a la educación: los estudiantes de cualquier cosa, los compañeros de deporte y los exalumnos del colegio. Nada de eso existiría de la misma manera sin el espacio virtual de WhatsApp.
Surgieron también los grupos políticos, en general más masivos y más confrontativos. En Brasil, después de las elecciones de 2018, hubo una fiebre de investigación sobre cómo esos grupos le dieron un impulso a la carrera de Jair Bolsonaro, a la vez que funcionaron como vectores de transmisión de desinformación. Fabrício Benevenuto, de la Universidad Federal de Minas Gerais, destaca en una publicación reciente cómo se combinaron dos elementos: una tecnología muy barata –porque los operadores de celulares no cobran por mandar y recibir mensaje de WhatsApp– y la posibilidad de que los grupos escalen y se vuelvan masivos cuando se permite a los participantes sumarse mediante un link.
Los adolescentes son un caso aparte. Nacieron con estos grupos y no conocen la socialización sin ellos. En un estudio de 2019 publicado en New Media and Society, Mitchelstein, junto a Pablo Boczkowski y Mora Matassi, rastrearon los usos de WhatsApp en una serie de entrevistas en profundidad. Según su análisis, los mayores de 60 usan los grupos para conectarse con los más jóvenes de la familia y con sus pares, pero de manera intermitente. Los adultos de entre 35 y 59 años se conectan por temas laborales y de cuidado de sus familias, mientras que los jóvenes hacen un uso permanente –siempre encendido–, para hablar con amigos.
Los adultos de entre 35 y 59 años se conectan por temas laborales y de cuidado de sus familias, mientras que los jóvenes hacen un uso permanente –siempre encendido–, para hablar con amigos
El lingüista de Harvard Adam Aleksic, conocido en las redes sociales como Etymology Nerd, viene rastreando las formas de sociabilidad en los grupos de WhatsApp. Uno de sus posteos más populares habla de cómo los adultos mayores escriben mensajes largos y usan puntos suspensivos o puntos finales para separar frases. Esto es interpretado por los jóvenes como un lenguaje formal, que denota enojo o molestia. Sin embargo, probablemente se deba a que en la era de SMS, el antecesor de la mensajería actual, cada mensaje tenía un costo y había que aprovecharlo para decir más cosas. Los jóvenes, en cambio, crecieron usando estos grupos sin pagar, y separando sus frases en distintos globos de diálogo. Para ellos, un grupo en Whatsapp está vivo si hay conversación todos los días, y si no es así se muere. Del mismo modo, estar en un grupo de WhatsApp equivale a ser parte de ese grupo también en la vida real. Formas híbridas que siguen cambiando, en este caso, lejos de la mirada de las tecnológicas y los cientistas sociales, que no se pueden “unir al grupo”.
La autora es directora de Sociopúblico